lunes, 3 de noviembre de 2014

¿Realidad o ficción?

Me levanté sobresaltado de la cama, aturdido por un ruido ensordecedor. Fui palpando todo lo que había en la mesilla de noche hasta que conseguí detener el despertador. Eran aún las seis y media de la mañana, demasiado pronto como para intentar estar de buen humor.

Aquella mañana de lunes no vaticinaba una buena semana, y el paso de las horas no hacían más que confirmar que el presentimiento inicial era correcto. Me giré hacia el otro lado de la cama, vacío, esperando encontrar algo o alguien que no existía, y que si había existido se estaría despertando en otro lugar, demasiado lejos.

De una forma más que automática, me levanté y casi sin pensar comencé con mi rutina diaria. Una especie de ritual que sucede igual día tras día y que sirve de preparación para poder empezar un día que nunca debió haber empezado. 

A la misma hora de siempre, la puerta de casa se cerró detrás de mi. Encontré a la misma vecina de siempre, en el mismo lugar todos los días, como si ambos hubiésemos decidido quedar en encontrarnos todas las mañanas. Una especie de pacto dilatado en el tiempo, que ninguno de los dos se atrevía a romper. 

Pese a nuestro encuentro diario, aún no llego a entender por qué se despierta tan temprano, si con la edad que tiene podría dormir todo el día si así lo quisiera. Supongo que cree que se le acaba la vida; piensa que madrugando aprovechará más sus últimos días. Así eliminará la culpabilidad de haber desperdiciado años y años. 

Después de saludar más por cortesía que por otra cosa, mi mano hizo girar el pomo de la puerta del portal, dispuesto a salir y empezar un nuevo día, con el único presentimiento de que acabase lo antes posible para poder volver a casa. 


Supongo que la rutina me hace pedazos, aunque en realidad no lo supongo, lo sé. 





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